Desde el silencio, como un murmullo,
vienen las palabras del poeta Kalamicoy.
Cómo te quiero ko ko, ¡cómo te maldigo ko ko!
el que provoca, me provoca.
Aprieto con decisión los centímetros de papel
que tienen, según mi sección, los colores del patrioterismo,
celeste y blanco, blanco y celeste.
Un boleto que emerge de los bolsillos,
de mis recodos,
de mis carteras,
de los tachos de basura,
de los intersticios de los recuerdos.
A menudo supiste señalar con buen tino la página justa
en que la lectura se había detenido.
A menudo también, te estrujaba entre mis dedos,
Y yo…
deseando un capicúa inexistente
-esa suerte nunca es para mí-
a cambio, y como premio consuelo,
leo en estos centímetros de papel
un viejo proverbio chino:
“Nada falta en los funerales de los ricos. Salvo que alguien
sienta su muerte.”
Pienso en tu funeral maldito ko ko
¡No te quiero ni un poquito!
Dicen que lo tuyo es la crónica de una muerte anunciada.
A pesar de todo, el chofer insiste y persevera:
¡Atrás!
¡Para atrás!
¡Al fondo hay lugar!
Y el adolescente que clava su mochila en mis entrañas
tararea otra canción.
¡Los Beatles se confundieron!
¡Este no es un boleto para pasear!
¡Kalamicoy la tiene clara!
Somos corderos colgados
apretados
asfixiados
agotados…
los restos de mi boleto van a parar
a un viejo borceguí embarrado.
¡ Y ahí te quedas!
Marisa Godoy, homenaje al último viaje en Ko-Ko