La identidad de mi familia.
Cuando yo era chiquita solía compartir muchos momentos con mi abuela materna. Claro, por muchos años vivió en nuestra casa, junto a mis padres y mis tres hermanos.
Mis mayores recuerdos son de verla sentada en su gran sillón como si siempre tuviese el freno de mano puesto. Muchas historias habían pasado por esa piel arrugada, blanca como su pelo y sus hermosos ojos grises. Había llegado en su adolescencia de la Vieja Europa. Junto a dos de sus hermanos, una valija de madera y mucho sufrimiento tras haber escapado de la miseria de una guerra.
La vida en casa no era nada tranquila. Paula, mi hermana mayor, siempre andaba con el motor en marcha para escaparse con su novio. Joven se casó y emprendió el viaje hacia su propia identidad. Sebastián, el hermano que le sigue, no tenía frenos para divertirse y salir sin GPS con sus amigos. Después venia yo. ¿Qué puedo decir? También me gustaba andar y conocer nuevos continentes. ¿Y Leonel, el más chico? Ese sí que iba a toda velocidad. Era el más inquieto y revoltoso.
Mi madre era la encargada de poner la casa en funcionamiento, manejar con cuidado, precaución y mucha atención para que todo anduviese sobre ruedas. Mientras, mi padre trabajaba duro para mantener el motor encendido.
Eso sí, los domingos se comía en casa. Pastas hechas por la abuela, un buen tuco y muchas historias para contar.
Y después de muchos años, algunas faltantes, muchos nuevos integrantes y largas distancias para recorrer, nunca faltan las ganas de encender el auto para ir a un nuevo encuentro de esta gran familia que somos ¨los Nicola¨.
Eliana Nicola